El Jony

Una tarde en octubre en el año 2000 mis hijos pequeños estaban jugando fuera con una vecina, cuando volvieron a casa con un cachorrito negro con un mechón blanco en su cabecita. Preguntaron que si nos lo podíamos quedar, les dije que había que buscar al dueño y cuando respondieron que estaba abandonado, les dije que pregunten a su padre. Él todavía recuerda la carita de nuestra hija cuando fueron a verlo con semejante petición, nadie se lo podría haber negado. Y así llegó el Jony a casa, el nombre en recuerdo a uno que había tenido la abuela y otro que habíamos tenido y que desapareció, después de volver a casa varias veces malherido, siempre se había peleado con otros perros callejeros por las perritas en celo.

Lo llevamos al veterinario para el chip y las vacunas y los chicos se tomaron muy en serio eso de sacarlo varias veces al día. Sobre todo nuestra hija, quien tuvo la mala suerte que se soltaba en la calle y fue atropellado no una, sino dos veces por un coche que pasaba. La primera lo llevamos rápidamente al veterinario, quien lo curó, tuvo que quedarse en casa para reponerse y en cuánto se recuperó, salió y otro coche le hizo mucho daño sobre todo en la patita derecha delantera. El veterinario dijo que convenía operarlo, pero como no nos daban seguridad de que iba a quedar bien, se quedó cojito. Aunque no solía cojear mucho, solamente cuando estábamos comiendo o cocinando levantaba la patita para dar pena, a ver si le tirábamos algún bocado rico.

La que siempre compartía su desayuno con él era la abuela, mojaba el pan o el croissant en su café con leche y lo compartía con el Jony. Los chicos le dieron varios nombres como «yonimelavo», «bosto» y mofeta, porque muchas veces olía como tal. Además lo peinaban para que parezca un punky con su mechón blanco. No era muy guapo, más bien feo, pero los niños lo querían. El día que se olvidaban el bocadillo para el colegio encima de la mesa, aparecía la platina sola en el suelo, el Jony se había subido primero a la silla y de allí a la mesa y había acabado con el bocadillo. Otros días había salido y cuando mi hijo mayor llegaba al instituto, allí estaba él esperándolo, así que temiendo llegar tarde a clase, tenía que volver rápido a casa y traerlo.

Fue el perrito que compartió la infancia de los niños y la última etapa de la vida de la abuela. Qué además cuidaba la casa. El año que fuimos los cinco a Argentina y dejamos a un amigo la llave para que viniera a cuidarlo, éste dejó las ventanas abiertas y el pobre Jony se quedó ronco de tanto ladrar, hasta que vino la policia, llamada por los vecinos. Ellos cerraron las ventanas y el Jony al que iban a llevar a un lugar de acogida se lo quedó una buena vecina hasta que volvimos.

A final del 2010 llegó la boxercita a la casa, aunque mi hija y yo nos negamos sabiendo la responsabilidad que conlleva nos convencieron los hombres de la casa y eso que mis hijos varones ya vivían en Madrid y poco podían colaborar en sacar a la Tsuki. Al principio compartía la cesta con el Jony, quien estaba muy contento de tener a una nueva amiga. A medida que fue creciendo fue acaparando la atención de la casa. Ella era la jefa, muy celosa cuando se acariciaba al Jony, aunque compartía un colchón con éste para dormir. Tsuki lo vigilaba mientras comía e intentaba coger las golosinas aunque fueran para el Jony, eso si obedecía más que él. Cuando tuvo su primer celo, el Jony andaba como loco detrás de ella, pero hubiera necesitado de una escalera, asi que no teníamos de que preocuparnos de tener unos cachorritos mitad boxer, mitad punky.

Después de tantos años el pobre Jony quedó cieguito y ya no tenía olfato, además se pasaba la mayor parte del día durmiendo. Hace tiempo que ya no ladraba cuando había algún ruido o algún desconocido golpeara la puerta. Orinaba por toda la casa y cuando bajaba al patio no sabía volver y lloraba muy bajito para que lo lleváramos a su cama. Los últimos día ni siquiera tenía fuerzas de ponerse de pie, así que lo llevamos al veterinario para que no acabara con las patas abiertas, quejándose entre sus propias heces. También tenía derecho a un descanso digno después de 17 años de fiel compañía. Ahora estará allí arriba con la abuela compartiendo el croissant mojado en café con leche.

Carina
28.6.17

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