El esqueje cariñoso

En un pequeño patio vivía una platanera que ya tenía dos hijos, pequeñas plataneritas que compartían la raíz con su madre, varios pacays, un mango, una aguacatero, un romero, una planta de lavanda y una familia de chochines. La platanera dió una gran flor morada que luego se transformó en su parte superior en un enorme racimo de plátanos. Los pacay de vez en cuando daban su flor en forma de cepillo blanco, el mango y el aguacatero todavía no habían dado flores, en cambio el romero a veces sacaba pequeñas flores de un lila pálido y la lavanda, pequeñas velitas de un lila un poco más fuerte. Tanto el romero como la lavanda impregnaban el ambiente de un fuerte aroma, sobre todo cuando los regaban. Y el chochin saltaba y cantaba entre los pacays, el mango y el aguacatero.

Un día trajeron un corto esqueje de una enredadera para que trepara a un tronco seco de una araucaria que había sido cortada, porque sus raices habían invadido el aljibe que estaba debajo. Así el tronco tendría otro aspecto cuando la enredadera se llenara de flores. Al pequeño esqueje se le secaron las hojas y parecía que había muerto. Pasó un mes cuando de repente apareció una puntita verde, una hojita, por lo tanto no había muerto, simplemente estaba enraizándose, sus raíces estaban creciendo ocultos y reconociendo el lugar en donde había sido plantado. Ahora el crecimiento iba rápido, cada día aparecía alguna ramita con hojitas, las ramitas se iban extendiendo trepando por el tronco pero sobre todo por las ramas y troncos de los árboles que estaban a su lado, a su alcance. Era una enredadera muy cariñosa, le gustaba abrazar a todo el que encontraba y quería llegar hasta los lugares donde percibía venían los perfumes, por un lado el romero y la lavanda y por el otro el dulce aroma que desprendía el racimo de plátanos.

esqueje

La tranquilidad que se vivía antes de la llegada del esqueje había desaparecido, a la familia de chochines le molestaban las traviesas ramitas que parecía que también tuvieran alas, dada la rapidez con la que se extendían. Había que desprender las pequeñas ramitas verdes que se iban enroscado a las ramas y troncos de las plantas vecinas y engancharlas al tronco seco para que lo cubrieran y así cumplieran con su cometido. Pasaron unos días en los que se olvidaron de la enredadera y ésta se extendió de una forma increíble, había ocupado mucho más terreno, ya estaba cerca del romero y por el otro lado, estaba a un metro de la platanera, se veía claramente que lo suyo era extenderse hacía ambos lados, no le gustaba trepar el tronco seco hacía lo alto. Y además estaban doblando el tronco del arbolito donde los chochines tenían su casa, su nido hecho con mucha dedicación y trabajo. Qué fuerza había desarrollado la enredadera, pasando sus ramitas una y otra vez por los troncos y ramas. La fuerza de la flexibilidad y constancia! Además ya estaban apareciendo unas flores muy bellas de un azul brillante, aunque no envolviendo a aquel tronco seco, sino por todos lados entre los árboles y arbustos del patio, parecían campanas azules en medio de la pared verde de hojas.

La familia de chochines empezó a cortar las ramitas verdes que envolvían a su árbol, al lado del tronco seco, para que su árbol se enderezara y el nido no se caiga, por lo que el esqueje se vió obligado a trepar hacía lo alto, por fin había comprendido su destino. Sus pequeñas ramitas verdes tampoco iban ya hacía el otro lado, se concentraron en trepar el tronco y en corto tiempo éste se cubrió de bellas flores azules. Había vuelto la calma al patío que ahora lucía más hermoso y en el que por las mañanas se podia disfrutar del alegre canto de los chochines.

Carina

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