Uno de tantos dojos…

Aquel dojo de Aikido era uno de tantos en una gran ciudad. En ese dojo se entrenaba el estilo Ki Aikido, la línea creada por Koichi Tohei, había alumnos de diferentes niveles: desde principiantes hasta alumnos con hakama de grados danes y de casi todas las edades entre 17 y 70 años, habiéndo casi la misma cantidad de mujeres que hombres. El ambiente era familiar, todos entrenaban con todos, los más avanzados intentaban entrenar con los principiantes para ayudarles en sus dificultades a la hora de caer o de entrenar lo mas relajados posible, cada alumno trataba de aprender, nadie se exhibía, al contrario no perdían detalle de lo que el maestro explicaba, creciendo en cada clase por medio de un entrenamiento serio y constante. Nadie tenía prisa por llegar a obtener el cinturón negro o llegar a un Dan superior, todos desde el principiante más nuevo sabían que cuando llegaran al nivel necesario el maestro los propondría para su examen, cuyos costes eran mínimos, ya que sólo eran los gastos para la tramitación.

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Cuando se terminó el entrenamiento ese día el Sensei les comentó a sus alumnos que durante el próximo fin de semana habría un curso en la ciudad de un buen maestro del estilo Iwama, excelente en el manejo de armas, les recomendaba que asitiera el que pudiera, ya que decía que «para crecer en nuestro arte marcial es muy instructivo tener nociones de todos los diferentes estilos de Aikido desarrollados por cada alumno del Fundador M. Ueshiba».

Al comienzo de la siguiente clase después del fin de semana, el Sensei comentó con sus alumnos el curso, lo bien que lo habían pasado, las diferencias y detalles nuevos, gracias a las cuales habían aprendido nuevas formas de hacer las técnicas y la cantidad de alumnos de otros dojos y estilos que habían asistido al mismo, personas del Aikido tradicional, de la Federación, del Aikikai, etc. con los que habían podido entrenar. Casi todos los aikidokas de la ciudad habían acudido al evento y se habían beneficiado de las enseñanzas del Sensei invitado.

Pasados unos meses el Sensei de aquel dojo decidió traer a un gran Shihan de su estilo del extranjero, no había problemas para pagar todos los gastos que supondría tal evento, tanto el vuelo, hotel y comidas de la estancia del Shihan, ya que el Sensei sabía que podía contar con el apoyo y la asistencia de la mayoría de los aikidokas de la ciudad. El motivo de tal seguridad era que nadie pensaba que su estilo era el mejor, todos entendían que cada alumno del Fundador había desarrollado un aikido diferente de acuerdo a su comprensión y la época en que había recibido las enseñanzas de O Sensei, sabían que todos los estilos eran válidos y que de todos ellos podían aprender a desarrollar su propio Aikido.

Carina

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