Mucho antes de saber nada de Linux un pingüino era su peluche preferido

Hace una semana vivimos uno de esos momentos especiales y únicos en la vida de los que somos padres. Uno de los momentos en los que recoges mucho de lo que has sembrado durante los últimos ventiocho años, en el que el orgullo de ser padres te emociona hasta lo más profundo, tanto que los ojos se nublan de las lágrimas que quieres retener y no puedes. Asistimos a la defensa del proyecto de final de carrera de nuestro hijo.

Era algo que había dejado aparcado mientras entraba en la vida laboral donde siempre las prioridades son otras. Mientras tanto una de sus tutoras ya se había jubilado y el plazo para la presentación vencía este mes. Así que a pesar del stress de su trabajo y sus compromisos diarios, hubo que buscar tiempo, pedir días libres y sentarse los fines de semana para terminar un proyecto largamente postergado.

Creo que es el final de otra etapa. Hubo muchas.. algunas llenas de alegría, de emoción, otras de despedida con lágrimas, también hubo enfados, aunque estos últimos te dolían más a ti que a la persona a la que iban dirigidas.

Cuando nació era muy pequeño, ochomesino con sólo 1,900 kg, perdió 100 g los primeros días, pero ya entonces era luchador, porque gracias a la leche materna empezó a subir 500 g por semana y pronto se puso a la altura de otros niños nacidos en su fecha y peso. Después de once días de incubadora pudo venir a casa. Muy pronto ya se ponía de pie en la cuna. Y cuando empezó a dar sus primeros pasos le regalamos el que sería su peluche preferido y que sin saberlo entonces tendría un significado en su futuro : el pingüino.

En aquella época no había preescolar de tres ni de cuatro, asi que entró en una guardería con cuatro años y al colegio con cinco. Siempre fue un niño maduro y respetuoso, no tenía dificultades en la escuela ya que atendiendo en clase aprendía rápido. También comenzó sus clases de karate a los cuatro años, en las que llegaría a cinturón marrón y las que dejaría después de diez años. Siempre le gustó el agua, fue a los cursos de verano para aprender a nadar y entró en el club para competir. Y un poco más tarde nos pidió un fusil para pescar debajo del agua. Cuando nos pidió que le compráramos una pitón, porque sus amigos llevaban una en el bolsillo, optamos por la segunda opción una iguana, la cual lo acompañó durante mucho tiempo y a la que le construyó una gran jaula en el patio de casa.

Siempre le gustó la informática y su tío pudo resolverle sus dudas e iniciarlo en este amplio mundo a través del messenger desde el otro lado del charco. Tuvo claro lo que iba a estudiar, cuando terminó su primaria fue al instituto que le tocaba, pero ya sabía que en un par de años lo dejaría para cambiar al instituto donde impartían la modalidad de bachillerato que más se acercaba a lo que pensaba estudiar. Antes de terminar y hacer la PAU ya había elegido la universidad, sabía que se iba a ir a Madrid, a la que según él, era una de las mejores universidades de España. Y llegó ese día triste, en el que terminaba una etapa y por su propia decisión comenzaba una nueva lejos de lo que había sido su hogar. Un paso que lo llevaría no sólo a comenzar la carrera que siempre había soñado estudiar, sino a valerse por si sólo, a madurar, a lidiar con cosas que normalmente no suelen resolver chicos de dieciocho años como alquilar un piso, contratar la luz, el agua, el gas, el teléfono, etc. etc.

Terminó la carrera año por año viviendo del poco dinero que le podíamos enviar, no lo pasó muy bien, sobre todo los primeros dos años. Lo que siempre se me quedó grabado fue que se compraba salchichas a 0,60€ para sobrevivir. Pero antes de terminar también el proyecto, buscó trabajo para poder vivir un poco mejor y al entrar en la vida laboral, el proyecto quedó relegado, aunque siempre presente como algo que había que terminar algún día, algo de lo que no te quieres acordar, como una carga encima de tus hombros.

Pero en algún momento todo llega y finalmente nos dieron fecha y hora para sustentar su proyecto de fin de carrera, fue en un salón pequeño, ya que este mes hubo muchisimas presentaciones, muchos estudiantes habían esperado que se termine el plazo para defender su proyecto. El jurado estaba integrado por su tutora y dos compañeras de ella. Su presentación estuvo muy bien explicada de una forma que hasta nosotros entendimos de que hablaba, las profesoras que no enseñaban teledetección pensaban lo mismo porque lo felicitaron por su exposición. Fue uno de los grandes momentos de nuestra vida, muy emotivo cuando le dieron el sobresaliente. Fue el final de otra etapa de nuestra vida y la de nuestro hijo.

Carina
2.10.17

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