La magia del bosque

En la penumbra del día naciente el alto pino canario notó pequeños movimientos a sus pies. Provenían de debajo de un grupo de setas que habían crecido en la húmedad que guardaba su tronco. Eran diminutos hombrecitos que buscaban alimento y gotas de agua entre el musgo mojado por el rocio que estaba cayendo. Se les oía cantar mientras recogían pequeños hongos y raíces para su desayuno, eran muy madrugadores y siempre estaban de buen humor. Ellos ocultaban un tesoro secreto, que nadie conocía excepto el viejo pino. A éste le gustaba esta hora del día, disfrutaba de la alegría de esos seres minúsculos, era el mejor momento del día cuando todavía no había gente caminando por el bosque haciendo demasiado ruido con sus pasos y voces fuertes, sonidos que interrumpían la tranquilidad del lugar ahuyentando a los seres pequeñitos, que se escondían de tal forma que se hacían invisibles a cualquier mirada indiscreta. Había que tener un oído muy fino para distinguir el canto de estos seres alegres entre el canto de los herrerillos quienes también estaban despertando a esas horas, los pequeños pidiendo comida, y el martillar del pájaro carpintero que buscaba los insectos que perforaban el tronco. Todo un concierto mañanero que terminaría cuando el sol estuviera más alto y el primer humano senderista pisara el bosque.

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Los diminutos seres habían acabado su desayuno, pero no por eso dejaron de cantar, se alzaron desplegando pequeñas alas transparentes, volando hacia el lugar del tronco donde el pájaro carpintero seguía haciendo su incansable trabajo, eran amigos del atareado ave, quien compartió un delicioso insecto con ellos. Luego siguieron su vuelo hacia el agujero del tronco que servía de nido a la familia herrerillo para ver la progresión de los pichones, estaban animándolos a intentar su primer vuelo, pensaban que hoy sería el día en que el mayor se atrevería. Cuando casi habían llegado divisaron una cabecita curiosa que se asomaba del nido. El pichón los estaba esperando ansioso de poder salir por primera vez de su casa para ver el mundo desconocido que rodeaba el nido y del que de momento sólo había oido sonidos. Los seres alados saludaron a los pichones e indicaron al mayor que despliegue sus alitas y salte del nido. Éste se puso en el borde del nido pero no se atrevía, tantas ganas que tenía de salir y ahora le faltaba el valor. Dos de los seres alados le dieron un empujoncito bajo la mirada cómplice de sus padres y el asombro de sus hermanos que lo vieron caer torpemente hasta una rama que había un poco más abajo. Ahora el pequeño pichón estaba feliz, los pequeños seres le habían dado confianza y así él había podido dar un gran paso hacía su libertad y madurez. Entonces vió a ese pájaro mayor que con su pico golpeaba el tronco y entendió el ruido intermitente que había estado escuchando todos los días preguntándose que sería. Otro salto torpe y llegó a la siguiente rama más confiado, los diminutos seres alados lo acompañaban en el frescor de la mañana. Vió a otro ser alado que nunca había visto, no era como sus amigos, tenía un brillante color naranja y no paraba de moverse, hasta que se posó sobre un conito color verde amarillento, que colorida y hermosa imagen, el pichón no podía separar la mirada de aquel bello cuadro, un momento mágico e inolvidable.

Los diminutos amigos del herrerillo le indicaron que debía volver a su nido, pronto aparecerían los ruidosos humanos y ellos tendrían que desaparecer en sus escondites en el tronco hasta el ocaso, momento en que se irían los humanos. No querían dejar al herrerillo sólo en su primer día. Asi que éste desplegó sus alas y con mayor soltura dió un saltito medio volando hacia arriba hacía una rama y luego a la siguiente y finalmente llegó cansado, hambriento y feliz a la seguridad del nido, donde sus hermanos lo estaban esperando curiosos de que les cuente sus aventuras. Lo primero que les contó a sus hermanos y sus padres que también había llegado, fue la hermosa visión que había tenido, ese ser alado que movía constantemente sus alas de naranja brillante.

El viejo pino era feliz gracias a aquello seres a quienes ocultaba en el suelo de su tronco o a veces entre sus ramas y piñas y también por poder darle cobijo a una familia de hermosos pájaritos y de disfrutar de la ayuda del pájaro carpintero que lo libraba de quienes agujereaban la madera de su tronco.

Hasta ahora ningún humano adulto había podido ver alguno de los diminutos seres alados, sólo se hacen visibles a veces a los niños pequeños para darles un momento de felicidad.

Carina

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