El jardín japonés

Los jóvenes escritores conviven en las librerías con las recuperaciones de grandes clásicos

Las letras niponas viven un excepcional momento en España

Hace solo cinco años, hablar entre nosotros de literatura japonesa era hacerlo de Haruki Murakami y Banana Yoshimoto. Dos premios Nobel, Yasunari Kawabata y Kenzaburo Oé, acompañaban a esos autores en las mesas de novedades y complementaban su modernidad occidentalizante con un aura de prestigio y gravedad. Por entonces, algunos expertos en literatura nipona ponían el grito en el cielo de bambú dorado y advertían de que la ‘japonesidad’ de Murakami y Yoshimoto era escasa. Se trataba, decían, de dos novelistas que podrían haber nacido en los Estados Unidos sin que su literatura cambiara gran cosa.
El éxito de Murakami y Yoshimoto llegó a ser equiparado con el éxito de los tebeos manga, los aparatos electrónicos made in Tokio y las artes marciales nimbadas de filosofías milenarias. En algún momento se supo que estos dos autores acaparaban más del 60% de las ventas de libros japoneses traducidos al español. Esto era así en gran medida por el interés que Murakami y Yoshimoto despertaban entre los lectores más jóvenes, gente propensa a transformar las simpatías en profesiones de fe. Como si aquello fuese un nerviosismo momentáneo más que un masivo interés literario, los verdaderos conocedores de las letras japonesas, los dueños del secreto, afirmaban que aquello no era nada y que la gran literatura del país estaba aún por descubrir.
Es difícil saber si desde entonces hemos conseguido adentrarnos con eficacia en la gran literatura japonesa, si conocemos a sus clásicos y podemos acceder con eficacia a los nuevos autores que surgen por allí. La distancia, el idioma y las evidentes barreras culturales nos dificultan la entrada en el jardín japonés de las letras, pero parece claro que algo ha cambiado en nuestra relación con la literatura oriental y muy especialmente con la japonesa. Ha ocurrido en poco tiempo y con una intensidad llamativa.
Hoy no es tan extraño ver en el metro a un congénere usualmente constituido que lee un ejemplar de ‘La novela de Genji’, clásico nipón del siglo XI que detalla las aventuras del brillante príncipe Genji y a las que los ‘connaisseurs’ se refieren, entre bocadito y bocadito de sushi, como «el Genji Monogatari».
La hora del samurái
‘La novela de Genji’ es una de las primeras novelas de la historia y suele situársela -Borges lo hizo, también Yeats- en el mismo nivel fundacional del Quijote. La publicación en 2005 de dos ediciones (Atalanta y Destino) de este clásico escrito por una mujer nacida en el año 973, Murasaki Shikibu, marcó en cierto modo el comienzo de la pasión japonesa que todavía hoy vive nuestro mundo editorial. Era la primera vez que la novela se publicaba en español y no tardó en conocer reediciones y un notable éxito de ventas. Los críticos hablaron de un gran ciclo novelesco, de la primera novela psicológica y de una autora sutilísima que se anticipaba en el tiempo a gigantes como Balzac o Proust.
A ‘La novela de Genji’ le han seguido varios clásicos japoneses que veían por primera vez la luz entre nosotros. Libros como ‘El Cantar de Heike’, saga anónima escrita en el siglo XIV que cuenta la lucha por el poder entre dos clanes rivales del Japón feudal. El libro, que fue editado por Gredos y reeditado por Del Nuevo Extremo, detalla además la ascensión en el juego social y político de un personaje muy atractivo para el lector occidental: el samurái.
Del siglo X son ‘Los cuentos de Ise’, la que es considerada como la compilación más antigua de poemas y narraciones líricas de la literatura japonesa. El libro, que ha sido recientemente traducido directamente del japonés por Jordi Mas López para la editorial Trotta, describe las aventuras del poeta Ariwara no Narihira, nieto del Emperador que vendría a ser algo así como el perfecto cortesano nipón: un seductor dotado de gran refinamiento y rebosante de sensibilidad lírica. Borges definió al personaje como «un hedonista en un mundo inocente y pagano no perturbado aún por el Tao y por la recta observación del óctuple camino del Buda».
También ‘El libro de la almohada’ es considerado como todo un clásico de la tradición japonesa. Se trata del curioso testimonio de una dama de la corte que está al servicio de la Emperatriz y de la que no se sabe gran cosa. Se la conoce como Sei Shônagon, que es el apodo que se le dio durante sus años en palacio.

Pasado y presente
Descendiente de samuráis y nacido en 1867 en el seno de una familia de funcionarios públicos que lo entregaron en adopción, Natsume Soseki es considerado uno de los escritores más importantes de la primera mitad del siglo XX japonés.
Quizá el secreto del impacto que Soseki está causando hoy entre los lectores estriba en que funciona muy bien como puente entre la tradición y la modernidad de su país. Estudiante en Londres y buen conocedor de la literatura anglosajona, Soseki es capaz de hacernos llegar las claves de la sociedad japonesa de su tiempo con unos códigos narrativos que nos son fácilmente reconocibles.
Algo de eso, aunque sumergido bajo una avalancha de rigor, metaliteratura, modernismo y erudición, encontramos también en la obra de Junichiro Tanizaki, un contemporáneo de Soseki al que Siruela está dando a conocer mediante la edición de algunos de sus libros más importantes.
Algo más joven que Tanizaki, aunque situado muchas veces en su órbita intelectual, Yukio Mishima es sin duda uno de los autores japoneses del siglo XX más conocidos en occidente.
No es extraño que el buen momento que vive la literatura japonesa haga que los editores españoles estén volviendo la vista sobre él. Alianza reedita libros como ‘Nieve de primavera’, ‘El sol y el acero’ o la inquietante ‘Confesiones de una máscara’. Y Berenice acaba de publicar ‘La cabeza cortada de Yukio Mishima’, un libro en el que Fernando Molero Campos sigue el rastro del autor japonés mezclando el rigor del biógrafo con las libertades narrativas del autor de ficción.
Lo cierto es que hoy en día el lector interesado en la literatura japonesa puede entrar en cualquier librería y darse un festín. Hay de todo y cada vez en mayor cantidad.
Fuente:nortecastilla.es

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