El árbol padre

Él fue el más grande, había crecido 40 metros. Había visto a los antiguos pobladores, los guanches hace 500 años esconderse de aquellos extranjeros que venían en barcos a cristianizarlos y a conquistarlos, cuando él era joven. Había visto luchas, matanzas. También había visto niños jugando, parejas enamoradas y a los antiguos canarios pasar por debajo de su sombra con los ataúdes llevando a sus muertos varios kilometros por un camino empinado muy estrecho, por donde sólo se podía llegar caminando, para enterrarlos en el cementerio del pueblo.

En más de 500 años, más de cinco vidas humanas, se ven y se viven muchas experiencias. Él había pasado sequías, sus tronco y ramas totalmente secas, sin hojas para atraer el rocio de la mañana, y con sus raíces desesperadas bajando a muchos metros para encontrar un hilito de agua durante los fuertes sirocos. También se había casi ahogado y fue casi llevado por las fuertes corrientes, cuando la lluvia caía con fuerza y las aguas corrían por los barrancos, llevándose todo lo que encontraban a su paso: piedras, ramas, hojas, otra vez sus profundas raices lo habían salvado. Y había estado cubierto de nieve en los escaso inviernos cuando las temperaturas bajaban por debajo de los cero grados y las ramas luego se tornaban marrones debido a que se habían helado.

Realmente había tenido momentos felices en su larga vida, conéctandose bajo la tierra por medio de sus extensas raíces con su familia, sus hijos, nietos, bisnietos y demás descendientes que lo rodeaban y ocupaban la extensa zona montañosa de inigualable belleza, y debido a su altura, sus ramas más altas siempre tenía el extenso azul del mar a la vista. Muchos pajaritos alegraron sus días con su cantos y los nidos que construían en sus ramas, en donde luego aparecían los pichones con sus picos, que abiertos y hambrientos eran de mayor tamaño que todo sus cuerpecitos.

Pero un día de verano de un calor insoportable, alquien había provocado un pequeño fuego, queriendo o sin querer, eso ya no importa. Debido al intenso calor y las ramas, piñas y pinocha demasiado secas, el fuego se extendió rápidamente consumiendo todo lo que había a su paso. Los bomberos y helicópteros de agua, también los de las islas vecinas, que vinieron a ayudar, no pudieron hacer mucho, incluso hubo que desalojar a las casas de los pueblos cercanos.

El fuego también llegó hasta nuestro árbol padre y su familia y toda aquella zona y los alrededores. Unos días más tarde cuando por fin se pudo apagar aquel fuego devorador, todo se quedó negro y en un silencio sepulcral.

La parte visible del árbol padre estaba totalmente negra, totalmente quemada, pero sus raíces debajo de la tierra estaban agonizando, pero tenían la suficiente vida para pasar la información de su larga vida, su herencia por medio de moléculas químicas al los árboles de su familia más cercanos que no habían sido dañados por el fuego. De esta forma nuestro árbol padre no había muerto totalmente, sigue viviendo en sus descendientes, los que habían sobrevivido al fuego.

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Después de un par de años la zona del incendio está totalmente recuperada y verde otra vez, tan sólo queda lo que se ve en la foto, como recuerdo de aquel símbolo emblemático de la isla, que fue testigo de gran parte de la historia de la misma.

Carina

Basado en el Pino de Pilancones, más información en retoños de Pilancones

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