El jardin de las flores blancas

En lo profundo del bosque vivía un anciano solitario, su única compañia era un perro mezcla de varias razas que un día había aparecido por allí tal vez perdido o abandonado. El anciano disfrutaba de su soledad en compañia de su perro y su hermoso jardín, hablaba no sólo con su perro sino con cada una de sus plantas a las que conocía en detalle, sabía cuando las había plantado, cuando tenían que florecer y hasta el color de cada una. Tenía el jardin separado por colores, un cuadrado donde sólo había flores rojas: alegres amapolas, vistosas dalias, modestos geranios y bellas rosas rojas entre otras, otro con flores que sólo eran amarillas como pequeños pensamientos, espléndidos narcisos, amables conejitos, otro de flores azules como exhuberantes hortensias y altivos agapantos, otro de flores color naranja como divertidos tagetes y sonrientes capuchinas y de color lila como orgullosas aster, humildes violetas y elegantes iris y en una esquina un poco más alejada del jardín había plantado todas las flores de color blanco. Había frescas campanillas, hermosas rosas blancas, tímidas primaveras o prímulas blancas, dicharacheras petunias blancas, elegantes calas, amigables margaritas y en un rincón picarescas fresias blancas.

Un día a principios de marzo el anciano fue a visitar su esquina «blanca», estaba llena de campanillas, las primeras flores en aparecer cuando apenas la nieve se había derretido, el anciano miraba las fresias que estaban a punto de florecer cuando algo lo hizo detenerse, una puntita marrón entre las fresias, no podía ser…, decidió esperar unos días para ver si su sospecha se confirmaba.

A la mañana siguiente muy temprano el anciano jardinero fue primero a la esquina blanca del jardín, la puntita marrón había crecido un poquito y además resaltaba a los ojos del hombre entre el blanco de las flores y el verde de las hojas, únicos dos colores que debían de verse en esa parte del jardín. Luego siguió visitando el resto de las flores, quitando hierbajos, flores y hojas secas para luego regarlas y cantarle algunas de sus canciones favoritas. Mientras el perro lo observaba atento, esperando su desayuno y posterior paseo por el bosque, el lugar donde podía correr y olfatear las perdices y conejos con la esperanza de poder atrapar alguno. Cada día tenía nuevas esperanzas, aunque los conejos eran demasiado rápidos y las perdices cuando ya parecía que iba a atrapar alguna levantaba vuelo delante de su nariz.

Por la tarde el anciano volvió a la esquina blanca a observar aquella puntita, aquel capullito que no era blanco. El anciano sacudió la cabeza molesto y entró a su casa para preparar la cena para él y su perro.

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Esa noche no durmió muy bien y al día siguiente se levantó desde que vió al primero rayo de luz entrando por la ventana. Se vistió rápidamente y salió a un jardín que estaba despertando en la penumbra, todavía no se había hecho de día, se fue directamente a la esquina blanca y entonces la vió, lo que ya sospechaba, el capullito marrón se había abierto y transformado en una pícara fresia de un color rojo oscuro con un circulo amarillo en el centro, realmente era hermosa, pero que hacía allí? Allí sólo debían estar las flores blancas, como había llegado ésta audaz fresia hasta allí? Le dió pena cortarla, pero tampoco podía dejarla allí, aquella era la zona blanca, destacaba demasiado. Pasó todo el día con el dilema, hacía sus tareas de forma rutinaria distraido, hasta el perro lo miraba preocupado, ya que no le hizo mucho caso y el paseo ese día resultó demasiado corto. Ni pensar en cazar conejos o perdices.

Por la tarde noche se acercó otra vez a la esquina blanca, pero esa esquina ya no era totalmente blanca la fresia roja seguía allí y además había otro puntito marrón asomando al lado. Entró en la casa para prepararse la cena que casi se le quema y el perro ladró un ladrido corto para recordarle que también estaba allí y hambriento.

Por la noche se sentó delante de la casa a reflexionar, demasiados pensamientos pasaban por su cabeza para poder dormir. Lo que tenía claro es que no dañaría a la flor, la tenía que dejar allí y el resto de capullos que saliera también, por lo tanto la esquina ya no sería blanca. Y por fin encontró la solución, porqué no mezclar las todas, poner flores blancas en los cuadrados rojos, azules y amarillos y vice versa, sería un gran jardín multicolor, donde el narciso amarillo podía estar al lado del iris lila o de un geranio rojo. Habría muchos cuadrados y una esquina del jardín con flores multicolores, para disfrute de las mariposas, pájaros y él mismo. Se acostó y se durmió muy relajado y feliz soñando con hermosas flores de todos los colores del arco iris.

Carina

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