Las Metas del Aikido

Por: Miguel Morales-Bermúdez, 5ºDan, Aikikai del Perú
El entrenamiento, supone ejercitarse y prepararse para algo. Es siempre una pregunta esencial para quienes se acercan al entrenamiento en Aikido, aquella que pretende clarificar las metas del adiestramiento. Si adoptamos por un instante el criterio de que la instrucción en nuestro arte responde a una Tradición, a sabiendas de que el término podría cuestionarse, considerando que la transmisión directa en muchos casos esta perdida, el arte como sistema debería contar con elementos que señalan la ruta para responder a esta pregunta básica, que sino surge inicialmente, nos encuentra en algún apartado del camino, en el momentum que corresponda. Múltiples intereses de carácter personal y de tono bastante subjetivo, nos mueven a unos y a otros a practicar Aikido, pero los intereses que surgen de la individualidad, no constituyen ni pueden construir las metas del arte. Son simplemente nuestras líneas de conexión con el arte. El arte en sí mismo, tiene su génesis y en ella está su razón de ser. Si no la percibimos, podremos practicar sobre la base de nuestros “deseos personales”, pero no estaremos en la tradición del Aikido, ni en la consecuencia de sus metas. Morihei Ueshiba; conocido como O’Sensei, es el creador del Aikido, Aún en esta materia hay interpretaciones verdaderamente superficiales, como la de aquellos que no reconociendo esta sencilla realidad, quieren hacer aparecer el Aikido como un arte derivado del Aikijujutsu Dayto Ryu. Esto es simplemente como no saber diferenciar dos dimensiones, ninguna mejor que la otra, cada uno con sus propias potencias naturales, surgidas de dos experiencias distintas, con un sentido diferente, en tanto su razón de ser y la inteligencia con que se expresan ambos artes son sustancialmente distintos. Nadie podría negar, que el surgimiento del Aikido, responde a un acto creativo particular. Reconociendo su fuente original, debemos regresar a esa reserva inagotable, para comprender las metas del Aikido, y determinar si somos capaces de someternos a la naturaleza que el Fundador le designó. Esto – que además asusta a tantos – no significa otra cosa, que nuestra subordinación voluntaria, al propósito que el Aikido guarda en sí mismo, como sistema marcial, apartando los intereses que surgen simplemente de nuestra “voluntad” o deseo, como una manera de hacernos permeables al “poder interno” que vive en la mágica estructura del Aikido.

Morihei Ueshiba, señaló como una regla del entrenamiento lo siguiente:
“ El Aikido puede determinar la vida o la muerte con un simple golpe; por ello, cuando entrenen, observen las directivas del instructor y no se envuelvan en competencias de fuerza”.

Aquí podemos percibir la condición fundamental que coexiste en la raíz de todo Budo, que no es otra que la polaridad básica: Vida-Muerte, que es también la fuente oculta del poder que se manifiesta en los principios básicos del arte marcial. Ueshiba Morihei, nos advierte que éste manantial esta presente en el Aikido, y que por ello, al entrenar, al ser instruidos debemos OBSERVAR. Se nos dice entonces, que debemos advertir por los sentidos para percibir algo de manera directa, pero también, que la observación tiene un propósito: guardar y respetar las directivas o reglas o instrucciones de aquél que está en la capacidad de instruir, que no debería ser otro, que quien está en la capacidad de manifestar tradición y llevamos a hacer realidad las metas del Aikido. Esto exige el sometimiento que comentábamos anteriormente. Supone una renuncia, a las tendencias habituales, y abre la puerta del cambio de los hábitos físicos y psicológicos, en una perspectiva de sanación interior, que restituye la salud del alma y del espíritu que se había perdido. Esta primera regla, que expone en sí misma múltiples metas para el entrenamiento, nos advierte igualmente, de cuidarnos de nuestra tendencia o inclinación más querida; envolvernos y competir haciendo uso de la fuerza. Dedicarnos a algo que no forma parte de la realidad inmediata que se nos presenta en el entrenamiento, significa perder el rumbo, olvidar negligentemente el camino, el Do, quedando a merced de otras fuerzas que no expresan nuestro compromiso con lo fundamental, pues es verdad que “el camino se hace al andar” en obediencia a los principios que nos han sido manifestados por el Maestro Ueshiba. Este envolvernos, es una representación del acto de cubrirnos y mezclarnos. Cubrimos involuntariamente o no, la dirección de nuestra energía vital, vinculada a la razón de ser del Aikido, que debe ser expresada en el entrenamiento, al orientar la misma a la contraposición, y una vez mezclada ahí, se diluye, haciéndonos perder el centro, y la riqueza que la verticalidad y la conexión simple y trascendente con el receptáculo de la energía y la fuerza nos da. La fuerza del Aikido, crece proporcionalmente a la apertura interior y a un sentido de convocatoria de la energía en una sola dirección, sin perder su nexo con el origen de la misma, cuya sensación dentro de la geografía corporal, la encontramos en el hara, el centro vital, que se percibe y toma lugar solamente, en un estado de mayor libertad, que la competencia en modo alguno puede proporcionarnos. Kisshomaru Ueshiba Doshu y los grandes maestros de Aikido, que se empeñan en guardar la tradición de la cuál ellos formaron o forman parte por derecho, nos alientan a mantener las verdaderas metas del Aikido.

Share