La sesión de entrenamiento había iniciado de forma normal. Nada advirtió lo que seguiría a continuación. Después de los primeros 300 suburi (cortes rápidos y repetidos), la mayoría de los practicantes estaban seguros que la orden “Yame!” se daría muy pronto por lo que algunos pocos empezaron a disminuir el ritmo. Aparte de algunos de los alumnos más experimentados, nadie esperaba que esto continuara, pues 300 cortes formaban el inicio típico de una clase.
Después de 20 minutos, con los hombros ardiendo de fatiga muscular después de 300 cortes y por la falta de experiencia, algunos estudiantes con menos experiencia empezaron a sentirse incómodos. No podían continuar, pero no podían darse por vencido frente a los demás. “¡Si tan solo el movimiento cambiara!” pensaban para sí mismos, pero no, el Kiai daba el ritmo para este mismo movimiento, que reflejaba ecos en el dojo como un encantamiento. Poco a poco, el grupo de practicantes fue engullido por un estado de esfuerzo conciente, el dolor se desvaneció, la mente olvidó la última pregunta que había quedado sin contestar. La necesidad de pensar se desvanecía. La acción rítmica y única del corte subía hacia las vigas del techo del dojo como una oración.
Pero cada uno tiene diferente resistencia mental y física. Las primeras manos cayeron después de 45 minutos, seguida de unas cuantas más. El primero en abandonar sintió un leve desconsuelo, mezclado con una sensación de culpa. Esto continuó, otros más se rindieron, pero la gran mayoría se mantuvo, completamente empapados en sudor y con la mirada vacía.
Algunos de los que se habían detenido regresaron para continuar. Todos se mantenían unidos por el ritmo y el Kiai de los más persistentes. Sus mentes estaban vacías y no les importaba más cuando terminaría esto. De repente, para la sorpresa de todos, “¡Yame!”. En silencio, todos miraron sus manos cubiertas de ampollas, sorprendidos al darse cuenta de que pudieron haber continuado así por mucho más tiempo. Se miraron unos a otros, como saliendo de un sueño sorpresivo. Para algunos esto fue una pesadilla real, y para aquellos que despertaron en medio de ella, se preguntaban si pudieron haber continuado si realmente lo hubieran querido. Algunos encontraban excusas para si mismos (no estaban listos, los últimos días habían estado muy cansados) y estaban listos para tratar de convencer a los demás, quienes no nada habían preguntado. Pero sobre todo, todos los estudiantes sintieron que su ego había disminuido notablemente.
El guía, impasible en Fudoshi, le dio al grupo un momento más para recobrarse del shock y entonces concluyó la sesión con una reverencia, sin dar más explicaciones.
¿Se necesitaba una explicación? El grupo había pasado por un “Misogi sorpresa”. Todos habían compartido un sobre esfuerzo físico y metal. Esto fue posible en parte por el estado de conciencia generado por el movimiento simple, siempre idéntico del corte, llevado a cabo con un ritmo estable y constante. Todo mundo se encontró frente a frente con si mismo tal como realmente es – débil, susceptible al dolor y a la fatiga – en pocas palabras, tal como realmente es. Algunos quedaron sorprendidos gratamente, otros, se habían sobreestimado, pero todos ganaron algo. Humildad. Los lazos que unían al grupo se fortalecieron. Todos se sintieron temporalmente purificados.
Misogi es un elemento indispensable para formar shugyosha. A este se le llama Sheishin Tanren (forjar un espíritu puro). Sin que este tipo de entrenamiento se convierta en un entrenamiento regular, debe ser usado periódicamente, particularmente durante seminarios o sesiones de entrenamiento.
Traducción por Ch. Leyes
Comentarios recientes