La mente simple

Por Charlotte Joko Beck


Sólo una mente simple puede percibir la vida de una manera distinta. Según el diccionario, la definición de la palabra simple es ”algo que está compuesto de una sola parte”.

La conciencia puede absorber una multiplicidad de cosas, de la misma manera que el ojo puede captar muchos detalles a la vez. Pero la conciencia misma es una sola cosa. Permanece inalterada, sin adiciones ni modificaciones. La conciencia es completamente simple; no tenemos que agregarle ni cambiarle nada. No es pretenciosa ni soberbia; no puede ser distinta. La conciencia no es una cosa que pueda verse afectada por esto o aquello.

Cuando vivimos a partir de la conciencia pura, ni el pasado, ni el presente, ni el futuro nos afecta. Como la conciencia no tiene nada de qué presumir, es humilde. Es modesta. Es simple. El objeto de la práctica es desarrollar y descubrir una mente simple. Muchas personas se quejan, por ejemplo, de que se sienten abrumadas por la vida.

Sentirse abrumado significa estar en las garras de todos los objetos, los pensamientos, los sucesos de la vida, y dejarse afectar emocionalmente por ellos, de tal manera que es imposible escapar de una sensación permanente de ira y malestar. A diferencia de la mente de la conciencia pura, nos sentimos confundidos frente a la multiplicidad de factores externos. No podemos ver que todas esas cosas externas son también parte de nosotros mismos. Hasta que no vivamos el ochenta o noventa por ciento de la vida a partir de la mente simple, no podremos ver que todo existe en nosotros.

Rayitos en el mar Carina R.L.

De eso se trata la práctica: de desarrollar ese tipo de mente. Pero no es fácil; se necesita una cantidad infinita de paciencia, aplicación y determinación. Dentro de esta simplicidad, dentro de esta conciencia, comprendemos el pasado, el presente y el futuro, y comenzamos a sentirnos menos afectados por la permanente descarga de vivencias. Podemos vivir la vida con aprecio y algo de compasión. En ocasiones la gente me dice que después de un sesshin la vida simplemente fluye sin problema. Aunque los problemas siguen existiendo, parecen menos difíciles. Esto se debe a que, durante un sesshin, la mente se torna más simple.

Infortunadamente, esta simplicidad tiende a desaparecer cuando nos enredamos nuevamente en lo que parece una vida demasiado compleja. Sentimos que las cosas no son como desearíamos y nos lanzamos a la lucha, sucumbiendo a nuestras emociones. Cuando esto sucede, nuestro comportamiento se torna destructivo. A medida que nos “sentamos”, aumenta el número de períodos –primero breves y luego más largos- durante los cuales sentimos que no necesitamos oponernos a los demás, aunque ellos nos causen problemas.

En lugar de ver a las personas como problemas, comenzamos a disfrutar de sus defectos, sin desear arreglarlos. Una vida plena es aquella en la que podemos disfrutar del mundo sin juzgarlo. Para eso se necesitan años y años de práctica.

Esto no significa, por supuesto, que podamos enfrentar todos los problemas sin reaccionar; sin embargo, algo ha cambiado y nosotros podemos apartarnos de una vida puramente reactiva, en la cual todo lo que sucede estimula nuestros mecanismos de defensa. No hay misterio alguno en una mente simple. En ella, la conciencia sencillamente es. Es abierta, transparente. No hay nada complicado en ella. No obstante, la mayoría de las veces es difícil acceder a ella. Pero cuanto mayor sea nuestro contacto con la mente simple, mayor será nuestra percepción de que todo está en nosotros y, en consecuencia, nos sentiremos más responsables por todo. Una vez que percibimos nuestra conexión con todo, necesariamente actuamos de manera diferente. Cuando nos dejamos arrastrar por los pensamientos, dejamos de hacer nuestro trabajo: sentir el pasado y el futuro, todo en el presente. Incluso imaginamos que está bien permanecer aislados en una habitación, sintiéndonos molestos. Sin embargo, la verdad es que cuando nos permitimos esta distracción, suspendemos nuestro trabajo y esto afecta a toda nuestra vida. Cuando mantenemos la conciencia, lo reconozcamos o no, las cosas empiezan a mejorar.

Si practicamos durante el tiempo suficiente, empezamos a percibir la verdad: comprendemos que en el “ahora” están el pasado, el futuro y el presente. Cuando podemos “sentarnos” con una mente simple, sin dejarnos llevar por nuestros pensamientos, una luz comienza a nacer lentamente y la puerta que permanecía cerrada empieza a abrirse. Para que eso ocurra, debemos trabajar con nuestra ira, nuestro malestar, nuestros juicios, nuestra autocompasión y nuestra noción de que el pasado determina el presente. A medida que la puerta se abre, vemos que el presente es absoluto y que, en cierto sentido, todo el universo comienza en este preciso instante, en cada segundo. Y la curación de la vida está en ese segundo de simple conciencia. Curarse es simplemente estar siempre aquí, con una mente simple.

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