El espíritu del Aikido

» El Budo no es un medio para derribar al adversario mediante la fuerza o el uso de armas letales. Tampoco se propone conducir al mundo a la destrucción mediante las armas u otros medios ilegítimos. El verdadero Budo requiere ordenar la energía interna del universo, protegiendo la paz del mundo, moldeando y preservando en su forma justa, todo lo que existe en la naturaleza. Entrenarse en el Budo equivale a fortalecer, dentro del propio cuerpo y de la propia alma, el amor a los kami, las deidades que engendran, protegen y nutren todo lo que hay en la naturaleza. Morihei Ueshiba (1883-1969)

El entrenamiento y la disciplina comunes a todas las vías, marciales o culturales, se componen de tres niveles de maestría: físico, psíquico y espiritual.
En el plano físico, lo esencial del entrenamiento consiste en el dominio de la forma (kata); el maestro proporciona una forma modelo y el alumno observa cuidadosamente y la repite numerosas veces, hasta que la interioza completamente. No se habla ni se dan explicaciones, y el peso del aprendizaje recae sobre el alumno. En el próximo grado de dominio de la forma, el alumno es liberado de la fidelidad a la forma. Esta liberación es originada por cambios psicológicos internos que tienen lugar desde el inicio del aprendizaje. La tediosa, repetitiva y monótona rutina del aprendizaje pone a prueba el compromiso y la fuerza de voluntad del alumno, pero también corrige la obstinación, controla la voluntariedad y elimina los malos hábitos corporales y mentales. En el proceso comienzan a surgir su verdadera fuerza y su verdadero carácter potencial.
La maestría espiritual es inseparable de la maestría psíquica, pero sólo comienza tras un intensivo y largo período de entrenamiento. La clave de la maestría espiritual está en el hecho de que el yo abandone su ego. En las artes marciales y culturales, la libre expresión del yo se encuentra bloqueada por el propio ego. En la Vía del sable, el dominio de la postura y la forma , por parte del alumno, debe ser tan absoluta que no exista apertura (suki) por la que pueda entrar el adversario. Si hay apertura es el propio ego el que la crea. Uno se vuelve vulnerable cuando deja de pensar en ganar, en perder, en cobrar ventaja, en impresionar o en ignorar al adversario. Cuando se detiene la mente, aunque solo sea por un instante, el cuerpo se paraliza y se pierde el movimiento fluido y libre.
El monje Zen Takuan (1573-1645), escribió en un corto tratado El verdadero y prodigioso sable de Tai-A, lo siguiente: » El arte del sable consiste en no preocuparse nunca de la victoria o de la derrota, de la fuerza o de la debilidad, de mover un paso hacia adelante o de moverlo hacia atrás, de que el enemigo no me vea o de que yo no lo vea a él. Comprender esto, que es fundamental frente a la separación del cielo y la tierra, y a donde ni siquiera yin y yang puedan llegar, supone alcanzar provecho instantaneo en el arte.»
Yagyu Munemori (1571-1646), maestro de armas de la Casa de Tokugawa, en el tratado La Transmisión Familiar en el Arte de Luchar, escribió que el objetivo del entrenamiento en las artes marciales es superar seis tipos de males: el deseo de vencer, el deseo de confiar en la destreza técnica, el deseo de alardear, el deseo de abrumar psicológicamente al adversario, el deseo de permanecer pasivo a fin de esperar una apertura y el deseo de liberarse de estos males. En conclusión, la mestría física y la espiritual son una misma cosa. El yo sin ego es abierto, flexible, dúctil, fluido y dinámico en cuerpo, mente y espíritu. Al no tener ego, el yo se identifica con todas las cosas y con toda la gente, viéndolos no desde una perspectiva centralizada en sí mismo, sino desde los propios centros de los demás. En un círculo de contorno ilimitado cada punto se convierte en el centro del universo. La capacidad de ver toda la existencia desde una perspectiva no centrada en uno mismo es primordial en la identidad Shinto con la naturaleza y se constituye también lo que el Budismo llama sabiduría, que en su más alta expresión no es otra cosa que compasión.
El Maestro Ueshiba decía con frecuencia que un arte marcial debe ser una fuerza generadora de amor que a su vez nos conduzca a una vida rica y creativa. Esta fue la conclusión de la búsqueda de toda su vida como hombre dedicado a las artes marciales. En una de sus últimas charlas proclamó: » El Aikido es el verdadero Budo, la obra del amor en el universo. Es el protector de todas las cosas vivas, el instrumento que da vida a todo, a cada cosa según su condición individual. Es la fuente creadora no solo del verdadero arte marcial, sino de todas las cosas, nutriendo su crecimiento y desarrollo».
Al ser una forma de arte marcial tradicional, el Aikido lleva a cabo este amor universal a través de un riguroso entrenamiento corporal. Sin embargo, la dura disciplina no puede separarse del desarrollo mental y del auténtico crecimiento espiritual. Aunque puede que en muchos no lleguen a alcanzar este objetivo, no obstante, el elemento crucial es el proceso de entrenamiento, que no tiene principio ni fin, y mientras se esté en ese camino, la realización última del Aikido como Vía de la vida, más alla de cualquier arte marcial, puede manifestarse en el momento más inesperado.
Fuente:Aikikaipanama

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