El aikido y la triple flexibilidad

Texto íntegro de la presentación sobre Aikido realizada por Jordi J. Serra, que tuvo lugar en el Centro de Formación Residencial de EADA (Escuela de Alta Dirección y Administración de Empresas), en Collbató, el 17 de febrero del 2006, dentro del programa del Alumni MBA Weekend’06, encuentro anual de antiguos alumnos del programa MBA (Master in Business Administration) de esta prestigiosa escuela, previa al taller impartido el día siguiente a más de cien asistentes.
Buenas noches.
Esto es Aikido [se está proyectando un vídeo de aikido].
Se preguntarán qué hace aquí el Aikido, en este mundo de la Alta Administración de Empresas, aparentemente tan lejos de su espacio natural. ¿Qué valores nos aporta? ¿Qué ideas? ¿Por qué razón cuando el señor Ponti, un reconocido experto, al hablarnos de la flexibilidad relacionada con la empresa recurre a imágenes de Aikido? He aquí una larga historia y un relato apasionante.
Muchos de ustedes habrán visto aquellas películas épicas de samuráis de Akira Kurosawa: batallas campales, oleadas de samuráis acometiéndose ferozmente entre nubes de polvo y flechas. ¿Se acuerdan de Ran o de Kagemusha, la sombra del guerrero? ¿De la infantería con las banderolas en la espalda atacando en masa en el más puro estilo Kubrick? Lo que ahora nos interesa, sin embargo, es la caballería. Los jinetes eran los mandos, los samuráis de rango elevado. Iban fuertemente armados: coraza, yelmo, lanza, katana, daga y arco y flechas.
Nuestra historia da comienzo en un típico episodio de cualquiera de aquellas batallas. Un samurai a caballo es derribado, pierde la montura y las armas largas. Vulnerable y a pie, nuestro desdichado protagonista debe recurrir a lo que sea para sobrevivir. Tiene que romper con sus esquemas mentales y con su imagen y rol de jinete y adaptarse instantáneamente o… morir. Tiene que ser extremadamente flexible en todos los sentidos. Esa es la primera de las tres flexibilidades que nos conducirán al Aikido. Nuestro samurai, sin embargo, está preparado. En su adiestramiento se incluye un arte llamado ju jutsu, es decir, “técnica flexible” o “técnica blanda”, pero flexible en el sentido de que las armas son rígidas y, comparativamente, el cuerpo humano es flexible o blando. El ju jutsu le enseña a golpear, estrangular, luxar y quebrar articulaciones. Cuestión de vida o muerte.
Lo que nos interesa es que en el repertorio del jujutsu también había –y hay– un conjunto de técnicas llamadas técnicas Aiki. Se trata de aquellas técnicas en que se flexiona la articulación que se desea controlar respetando su dirección natural. Si doblamos el brazo, por ejemplo, lo hacemos respetando la dirección natural de flexión tanto del codo como de la muñeca, es decir, sin hacer palanca en sentido contrario que lo fracturaría. El Aikido, que aquí vemos, procede de este tipo de técnicas.
Demos un salto en el tiempo. Nos encontramos a principios del siglo XX. El iniciador o fundador del Aikido fue un gran experto en ju jutsu. Se llamaba Morihei Ueshiba. Nació en 1883 y murió en 1969. El maestro Ueshiba fue discípulo de uno de los grandes, de los grandísimos, del ju jutsu, el maestro Sokaku Takeda, un hombre temible y absolutamente impresentable, a tenor de la propia prensa de la época, un bravucón con permiso especial para llevar katana, pese a la prohibición general, y con varias muertes en su haber. Un peligro público.
Por su parte, el maestro Ueshiba vivió una vida de película. Su historia es la de la segunda flexibilidad. Siendo un luchador imbatible de inmenso prestigio, la enseñanza de Takeda Sokaku no podía satisfacerlo espiritualmente. Lo cierto es que por una serie de circunstancias, entró en un grupo religioso llamado Omoto Kyu liderado por el carismático reverendo Deguchi. Ueshiba, guerrero consumado, abandona la práctica marcial para cultivar su espíritu y la no violencia. El grupo, que a la sazón contaba con más de dos millones de afiliados, por su ideología pacifista y sus intenciones ecuménicas, chocaba frontalmente con la política del gobierno militarista japonés, volcado en una carrera armamentista que desembocaría en la II Guerra Mundial.
Los acontecimientos se precipitan: el gobierno japonés somete al reverendo Deguchi a arresto domiciliario y le impide difundir sus doctrinas pacifistas y de cooperación universal. Entonces, a Deguchi, quien naturalmente ya se había fijado en Ueshiba, se le ocurre una idea: transmitiría su doctrina mediante las prestigiosas técnicas marciales de Ueshiba, que el veía como un medio idóneo para presentar la no violencia, la tolerancia, etc. Así pues, llegamos a la segunda flexibilidad. Por mandato de Deguchi, Ueshiba tuvo que acometer una empresa formidable: transformar unas técnicas pensadas para dañar en algo totalmente distinto: un instrumento de desarrollo espiritual y armonización humana que, aun así, siguiese siendo efectivo en el campo marcial.
Ueshiba tuvo que devanarse los sesos, olvidarse de sus categorías previas, aprender, experimentar, relajarse, superar sus propias resistencias al cambio, flexibilizar sus perspectivas. Ya no se trataba de derrotar al otro, sino de atraerlo a la vía pacífica sin causarle daños irreparables ni atemorizarlo ni humillarlo. Todo un ejercicio de flexibilidad mental, creatividad y ensanchamiento de miras. El maestro Ueshiba lo logró.
El Aikido busca la armonía con el otro u otros sin presentar resistencia ante su acción agresiva, pero tampoco cediendo ante ella. Ni verdugo ni víctima. La idea clave es “guiar”. Y definimos “guiar” como “crear las condiciones para que algo suceda, y hacer que suceda”. Si hacemos que algo suceda sin haber creado las condiciones previas para ello, estaremos forzando y los resultados nos conducirán a una escalada de violencia perjudicial para todos los implicados en la situación. La estrategia del aikidoka consiste en juntarse con el otro, establecer una relación armoniosa con el entorno en general y con el oponente en particular, y guiar el conjunto formado por ambos hacia una solución creativa.
Así pues, si deseo guiar el cuerpo del otro para que no me dañe, primero tendré que guiar su mente. Y para guiar su mente, primero deberé conocer y controlar la mía. Ello me abrirá unas posibilidades insospechadas, siempre que –y ahí está la tercera flexibilidad– yo sea capaz de convencer a mi propio cerebro, a través de mi cuerpo, de que dispone de más opciones de las que ya conoce. Todo el Aikido, pues, depende de lo que yo mismo haga con mi propia mente. Y aquí, si les apetece, pasaremos a la acción.
Jordi J. Serra. El aikido y la triple flexibilidad. Collbató, febrero de 2006
Fuente:http://www.ubk-centre.com

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