De la manzana al aikido

por L. Escobar

Cuando comenzamos a practicar Aikido, a la mayoría lo que más nos preocupa es aprender las técnicas. Los movimientos mecánicos que todos en el dojo están haciendo parecen lo suficientemente simples de aprender, pero siempre existe cierta frustración y confusión mientras aprendemos como y donde se supone deben de ir nuestras manos y pies. Haciendo una analogía con una manzana, podemos comparar este inicio de práctica de Aikido con la piel de la manzana, lo que da a la manzana una apariencia identificable de manzana, es decir, las técnicas que le dan a nuestra práctica la apariencia Aikido.
Cuando hemos superado este nivel de apariencia e identificación, empezamos a disfrutar de una nueva habilidad al usar nuestros cuerpos en una nueva forma. Los movimientos son más fáciles, y las técnicas vienen sin pensarlo (o así lo parece gracias a ukes más participativos). En este nivel empezamos a explorar como usar nuestra nueva habilidad en los extremos – ukemis más altos, mayor velocidad, más poder muscular (no solo técnicas físicas, sino al tomar ventaja de un nuevo y poderoso centro). El Aikido se convierte en algo que realmente disfrutamos, reforzamos nuestra seguridad al ascender de grado y comenzamos a creer que utilizando el Aikido podremos controlar a cualquier «atacante». Esto es similar a la parte interna y jugosa de la manzana, la parte de la fruta que mejor sabe y de la que más hay.
Pero cuando nos hemos comido la mayor parte de la manzana, llegamos a su centro. En este nivel, nuestros cuerpos ya «viejos» han ganado la sabiduría suficiente para evitar los ukemis espectaculares, la velocidad no es más un problema gracias a la experiencia que hemos ganado para juzgar distancia y tiempo, y no necesitamos de métodos «físicos» para llevar a alguien al tatami. El centro de la manzana es la estructura que soporta su forma. Es el núcleo y es lo que mantiene a la manzana unida. Al practicar en este nivel, comenzamos a aplicar principios técnicos en lugar de técnicas mecánicas, buscamos el porqué funciona las cosas, y comenzamos a comprender como postura, tiempo, ritmo y respiración son la clave para que las técnicas funcionen.
Ahora aprendemos que el control del atacante no es posible sin el control de uno mismo, sin el conocimiento de la estructura que nos da soporte. Cuando una técnica no funciona, sabemos que es por algo que nosotros estamos haciendo (como uke o tori), y no por lo que está haciendo nuestro compañero. El cuerpo es capaz de seguir al «núcleo» del Aikido que ha sido aprendido para dar soporte a la técnica (la carne y la piel de la manzana). Parece lo suficientemente bueno, nuestro Aikido parece completo, pero aun hay algo que falta.
La parte más importante de la manzana es algo muy pequeño y es su origen; en su centro está la semilla que puede traer nueva vida. Cuando nuestra práctica de Aikido se parezca a una semilla, no habrá más técnica – solo la oportunidad creación de algo nuevo. Así como nadie puede predecir el tamaño, la forma y el número de manzanas que el nuevo árbol surgido de la semilla producirá, nadie podrá predecir el número de variaciones que surgirá en nuestra técnica, pero esta «técnica» espontánea solo surgirá mientras comencemos con la semilla correcta, la cual solo puede venir de la manzana correcta. Nunca podrás hacer crecer manzanas con semillas de naranja.
Traducción Salvador Lopez Ollinkikai Aikido

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