Oda a los trenes del sur

Trenes del sur, pequeños
entre

los volcanes,

deslizando

vagones

sobre

rieles

mojados

por la lluvia vitalicia,

entre montañas

crespas

y pesadumbre

de palos quemados.

Oh

frontera

de bosques goteantes,

de anchos helechos, de agua,

de coronas.

Oh territorio

fresco

recién salido del lago,

del río,

del mar o de la lluvia

con el pelo mojado,

con la cintura llena

de lianas portentosas,

y entonces

en el medio

de las vegetaciones,

en la raya

de la multiplicada cabellera,

un penacho perdido,

el plumero

de una locomotora fugitiva

con un tren arrastrando

cosas vagas

en la solemnidad aplastadora

de la naturaleza,

lanzando

un grito

de ansia,

de humo,

como un escalofrío

en el paisaje!



Así

desde sus olas

los trigales

con el tren pasajero

conversan como

si fuera

sombra, cascada o ave

de aquellas latitudes,

y el tren

su chisperío

de carbón abrasado

reparte

con oscura

malignidad

de diablo

y sigue,

sigue,

sigue,

trepa el alto viaducto

del río Malleco

como subiendo

por una guitarra

y canta

en las alturas

del equilibrio azul

de la ferretería,

silba el vibrante tren

del fin del mundo

como

si

se despidiera

y se fuera a caer donde

termina

el espacio terrestre,

se fuera a despeñar entre las islas

finales del océano.

Yo voy contigo,

tren, trepidante

tren

de la frontera:

voy a Renaico,

espérame,

tengo que comprar lana en Collipulli,

espérame, que tengo

que descender en Quepe,

en Loncoche, en Osorno,

buscar piñones, telas

recién tejidas, con olor

a oveja y lluvia…

Corre,

tren, oruga, susurro,

animalito longitudinal,

entre las hojas

frías

y la tierra fragante,

corre

con

taciturnos

hombres de negra manta,

con monturas,

con silenciosos sacos

de papas de las islas,

con la madera

del alerce rojo,

del oloroso coigue,

del roble sempiterno.

Oh tren

explorador

de soledades,

cuando vuelves

al hangar de Santiago,

a las colmenas

del hombre y su cruzado poderío,

duermes tal vez

por una noche triste

un sueño sin perfume,

sin nieves, sin raíces,

sin islas que te esperan en la lluvia.

inmóvil

entre anónimos

vagones.

Pero

yo, entre un océano

de trenes,

en el cielo

de las locomotoras,

te reconocería

por

cierto aire

de lejos, por tus ruedas

mojadas allá lejos,

y por tu traspasado

corazón que conoce

la indecible, salvaje,

lluviosa,

azul fragancia!

Pablo Neruda

Fuente:oneyearinchile

Share