El sueño olímpico de Pekín

One World, one Dream’: con esta divisa la capital china se prepara para las olimpiadas del año próximo, en un salto que refleja la formidable transformación de todo el país. El orgullo, el optimismo, la confianza y hasta el derroche son las nuevas virtudes cardinales. Riqueza no es ya sinónimo de perversión capitalista, sino la meta ansiada para todos. Para los 1.300 millones de chinos (en 2020, la mitad será clase media) y para la nación, que tira (junto con Japón) de la economía asiática. Un gigante cuyo PIB lleva una década creciendo al 10%, y cuya producción industrial, en los últimos meses, crece cercana al 18%. Antes fue Shanghai, ahora le toca a Beijing (o Pekín). Una ciudad tan extensa como toda la provincia de Cuenca. Llena de bloques soberbios, rascacielos de lujo, parques inmensos, coches nuevos y relucientes (pocas bicicletas) y una flota de taxis y autobuses que no ha cumplido ni un año. Las Olimpiadas están a la vuelta de la esquina. Y no son la meta de llegada, sino de salida, eso quieren. Todo se renueva y se transforma, como si el viejo materialismo dialéctico se hubiera hecho carne, y acero, y cristal. Junto a la emblemática plaza de Tian’anmen se inaugura este mismo mes el Gran Teatro Nacional (‘la cáscara de huevo’, como lo llama la gente), una gigantesca elipse de Paul Andreu que aloja bajo su caparazón de titanio una Ópera (con 2.461 asientos), una sala de conciertos (2.017 butacas) y un teatro (1.040 butacas), todo ello ‘flotando’ sobre un lago artificial (las entradas están bajo el agua). En muchos puntos de la ciudad surgen malls o centros comerciales tan airosos y atrevidos como el West Ring Plaza, con tres óvalos que evocan pagodas, o el complejo del Soho. El nuevo aeropuerto, diseñado por Norman Foster, estará unido con el centro por un tren-bala ya en las Olimpiadas, y para el 2012 las actuales cuatro líneas de metro se habrán convertido en once, con más kilómetros de ferrovía que Londres o Nueva York. El Olympic Green o ciudad olímpica, en el norte, está enlazado con el centro por el Olympic Lane, una arteria colosal en cuyas cercanías se ha plantado medio millón de álamos y pinos, y un Parque Étnico que pretende ser una China lúdica en miniatura. Pero la estrella del Olympic Green son los edificios donde pugnan por lucirse los mejores arquitectos del momento: el Estadio Nacional, de los suizos Herzog & deMeuron, es de una belleza que deja perplejo, lo llaman el nido de pájaro por su trenzado y ligereza inverosímiles. Junto a él, el National Aquatics Center (piscinas bautizadas jocosamente como H2O3) es un cubo de burbujas opacas, plateadas, admirable. Al lado, Rem Koolhaus ha diseñado un centro para prensa y televisión de una elegancia tan severa como seductora. En total, se usarán 30 instalaciones (no todas nuevas), 15 de las cuales se hallan en la zona olímpica. Beijing ha prometido gastar 4.850 millones de euros en mejoras del medio ambiente, lo que incluye (además de la reforestación masiva) proyectos de alcance en cuanto a fuentes de energía, sistemas de reciclaje y alejamiento de fábricas. También el Pekín eterno se renueva. Los andamios cubren aún buena parte de la Ciudad Prohibida. Otros lugares (como el Templo Celestial o la Gran Muralla, en sus tramos de Badaling y Mutianyu, los más próximos y visitados) lucen los mismos brillos que tenían en época Ming (siglo XVI). Fuente: Cinco Días.com

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