El equilibrio Acido-Básico en el organismo I

Alcalinidad: llave de la salud
Muchos se preguntarán el por qué de este artículo. No pecamos de exagerados al decir que la comprensión -y la posterior aplicación- de lo aquí expuesto, serviría para resolver la mayor parte de los grandes problemas que afligen a la salud pública mundial. La afirmación no es invento nuestro, sino la simple reunión de conceptos científicamente demostrados por grandes investigadores de nuestro siglo.

Lamentablemente nadie se ocupa de difundir estas verdades -muy fáciles de experimentar en carne propia- y eso impide que muchísima gente pueda aliviar sencillamente sus padecimientos cotidianos. Estas páginas intentan ayudar en la toma de conciencia. Ojalá muchos encuentren soluciones.

Inicialmente conviene explicar lo que significa acidez y alcalinidad. Estos dos términos responden a la forma de clasificar la reacción de cualquier elemento. El grado de acidez o alcalinidad se mide a través de una escala llamada de pH (potencial de hidrógeno) que va de O (extremo ácido) a 14 (extremo alcalino), ubicándose en el centro (7) el valor neutro. O sea que entre O y 7 tenemos los valores de acidez y de 7 a 14 los de alcalinidad.
Veamos a grandes rasgos como funciona el mecanismo de acidez y alcalinidad en el organismo. Los 60 trillones de células que componen nuestro organismo, necesitan alimentarse, eliminar residuos y renovarse constantemente. En este sentido, la sangre cumple dos funciones vitales: llevar a todas las células los materiales nutritivos que necesitan y retirar de ellas los residuos tóxicos y ácidos que se producen como resultado de la transformación de dichos nutrientes (metabolismo). Merced al proceso de respiración celular, las células reciben parte del oxígeno que necesitan para sus procesos vitales.

A nivel celular se produce una especie de combustión interna, ya que se libera calor corporal. Los residuos que se originan en este proceso de combustión, son de naturaleza ácida y deben ser evacuados del organismo a través de las vías naturales de eliminación (riñones, intestino, piel y pulmones).

Para cumplir adecuadamente esta tarea (y por otras razones orgánicas) la sangre debe mantener un ligero nivel de alcalinidad. En una persona sana el pH de la sangre (la linfa, el líquido cefaloraquídeo, etc.) se ubica entre 7,40 y 7,45. Cuando se incrementa el nivel de acidez, merced a ciertos mecanismos de autorregulación, la sangre logra conservar este vital equilibrio. Lo hace a través del aporte de bases (álcalis) que neutralizan los ácidos. Por ello, para obtener un sano metabolismo celular, es preciso que junto al oxígeno, la sangre tenga un constante flujo de sustancias de naturaleza alcalina, a fin de poder neutralizar los ácidos.

En primera instancia la sangre obtiene estas bases de los alimentos. En caso de ulterior necesidad -sea por exceso de ácidos o por carencias nutricionales de bases- debe recurrir a la reserva alcalina de huesos, dientes, tejidos y humores. De este modo la sangre se convierte en un «ladrón» de la estructura orgánica, con el sólo objetivo de restablecer el vital equilibrio ácido-básico. Así se pone en marcha el mecanismo de descalcificación y desmineralización. Los huesos (que ceden calcio en forma de sales alcalinas) se hacen frágiles, aparecen caries, manchas blancas en las uñas (que se tornan quebradizas), osteoporosis, lesión en las mucosas, piel seca, anemia en la sangre, debilidad, problemas digestivos, afecciones de vías respiratorias, sensación de frío, etc.

En este sentido vale citar una vivencia personal. A los 28 años -luego de largo tiempo de alimentación desequilibrada- padecí una «extraña » experiencia, caracterizada por resquebrajamientos y fracturas de dientes al morder. Los médicos no daban explicaciones, pero a la distancia y con estos conocimientos es fácil darse cuenta qué estaba sucediendo. En su esfuerzo por restablecer el equilibrio ácido-básico, el organismo estaba echando mano a las reservas alcalinas de la estructura ósea. Después de un período de cambio radical de hábitos alimentarios, todo volvió a su lugar y el problema nunca más volvió a manifestarse, luciendo actualmente las piezas dentales un perfecto estado.

De esto se desprende que, para permitir el normal trabajo de la sangre (y del organismo todo), debemos ser cuidadosos en el aporte que realizamos a nuestro cuerpo a través de los alimentos que ingerimos. Por un lado tratando de evitar alimentos (y situaciones, según veremos más adelante) acidificantes, y por otro incrementando la provisión de bases a través de una mayor ingesta de alimentos alcalinizantes.

Clasificación de los alimentos
Veamos que se entiende por alimentos acidificantes y alcalinizantes. Nuestros nutrientes (como todos los elementos de la naturaleza) tienen distintos grados de acidez o alcalinidad. El agua pura, que es neutra, tiene un pH 7,07. Básicamente todas las frutas y verduras resultan alcalinizantes. Si bien la fruta tiene un pH bajo (o sea que resulta ácida), debemos evitar una confusión generalizada: no es lo mismo la reacción química de un alimento fuera que dentro del organismo.

Cuando el alimento se metaboliza, puede generar una reacción totalmente distinta a su característica original. Es el caso del limón o de la miel. Ambos tienen pH ácido, pero una vez dentro del organismo provocan una reacción alcalina.

Ver cuadro
Distinto es el caso de las células animales. Tanto la desintegración de nuestras propias células como la metabolización de productos de origen animal, dejan siempre un residuo tóxico y ácido que debe ser neutralizado por la sangre. Así vemos la diferencia básica entre un alimento de reacción ácida (que obliga a robar bases del organismo para ser neutralizado) y un alimento de reacción alcalina (que aporta bases para neutralizar excesos de acidez provocados por otros alimentos o por los propios desechos orgánicos del cuerpo).

A fin de servir como referencia indicativa, veamos la tabla que expresa en grados de acidez o alcalinidad, la reacción metabólica de ciertos alimentos en el organismo humano. Esta información (elaborada por Bridges, Cooper, Barber y Mitchell) es muy interesante, pues nos permite comprender cómo funcionan ciertos alimentos en nuestro cuerpo.

También los minerales juegan un rol importante en el comportamiento acidificante o alcalinizante de los alimentos y nos permite hacer una elección más consciente. Por lo general resultan acidificantes aquellos alimentos que poseen un alto contenido de azufre, fósforo y cloro. En cambio son alcalinizantes aquellos que contienen buena dosis de: calcio, magnesio, sodio y potasio.

Mientras la dietología clásica y la ciencia de la alimentación no dan importancia o ignoran totalmente esta distinción, en la alimentación natural es muy importante conocer la reacción de los alimentos. Además es importante conocer otros aspectos que tienen que ver con la preparación misma de las comidas. Por ejemplo: se ha demostrado que un 40-60% de los elementos minerales y un 95% de las vitaminas y bases se pierden en el agua de cocción de las verduras. Resulta entonces que el alto contenido de bases que poseen las verduras -y que resulta tan útil para el equilibrio sanguíneo- se desvaloriza. Incluso las verduras llegan a presentar naturaleza ácida cuando se tira el agua de cocción (clásico ejemplo de acelga o espinacas).

De allí la importancia del sistema oriental de cocer las verduras al vapor en cestas de acero o bambú, o sea sin que estén en contacto directo con el agua. También comprendemos el alto valor terapéutico de los caldos, que conservan todo el contenido alcalino de las verduras y que resultan tan equilibrantes en, enfermos y convalecientes.

Lamentablemente la acidosis (disminución de la reserva alcalina en la sangre) se está convirtiendo en una enfermedad social que provoca grandes problemas y que generalmente no se diagnostica. El bombardeo publicitario incita al consumo masivo de productos altamente acidificantes. Dejemos de lado (por lo obvio) carnes y hamburguesas. Las gaseosas, los alimentos cocinados, los aditivos alimentarios y los conservantes forman un explosivo cocktail que diariamente ingieren niños y jóvenes. Y la prueba está: niños pequeños con acetonemia o desviación de columna, jovencitos con cálculos…

Acidos buenos y malos
Claro que no todos los ácidos son malos. En nuestros alimentos hay ácidos beneficiosos y otros perjudiciales. Entre los beneficiosos podemos citar a los frutales. El caso de los ácidos: cítrico, málico, tartárico, fumárico, etc. Estos ácidos orgánicos débiles, una vez metabolizados en el organismo se combinan con minerales (sodio, calcio, potasio) y dan lugar a sales minerales, carbonatos y citratos (elementos que tienen la capacidad de fluidificar y alcalinizar la sangre) o bien se oxidan en la sangre y son eliminados del organismo como anhídrido carbónico, activando la ventilación pulmonar. He aquí la explicación del efecto del limón, cuyo jugo ácido es utilizado para la hiperacidez de estómago.
En cambio otros ácidos -como el oxálico, el benzoico, el tánico y sobre todo el úrico, el láctico y el butírico- no resultan tan buenos para el organismo. El oxálico (presente en acelgas, espinacas, cacao y remolacha), además de su acción acidificante, disminuye la absorción de calcio y daña los riñones. El ácido benzoico (presente en las ciruelas) está contraindicado en gota y reumatismo. El tánico (café, té negro, vino tinto, fruta verde o poco madura) además de precipitar la pepsina clorhídrica y bloquear o limitar la digestión de las proteínas, está sindicado como responsable de algunos tipos de cáncer. Esto no quiere decir que debamos rechazar las verduras citadas (sobre todo la alcalinizante remolacha), pero si moderar su uso si se es propenso a la problemática citada.

Párrafo aparte para los ácidos presentes en las carnes (úrico, láctico y purinas). Como decíamos al principio, toda desintegración de células animales -de nuestro propio cuerpo o de alimentos animales- deja un residuo tóxico y ácido. Estos residuos, además de consumir bases para poder ser neutralizados en la sangre, deben ser luego eliminados del organismo.

En la juventud, el buen funcionamiento de los órganos de eliminación (principalmente riñones y piel), hacen que el ácido úrico sea eliminado satisfactoriamente. Pero con el correr de los años, al acentuarse los efectos nocivos de la acidificación en el organismo, estos órganos pierden eficiencia. Al no poder ser eliminados del organismo, el ácido úrico y otros residuos metabólicos de naturaleza ácida, son retenidos fundamentalmente por el tejido conjuntivo, así como por los huesos y cartílagos del cuerpo, con el objetivo de retirarlos del flujo sanguíneo y poderlos eliminar más adelante. Esto sirve de origen a dolencias tales como: artritis, artrosis, reumatismo, enfermedades del corazón, de los nervios, ciática, alergias, eccemas, herpes, urticaria, asma, nefritis, hepatitis, cálculos, arteriosclerosis y un estado de enfermedad latente pronto a manifestarse. Las consecuencias que tiene para la salud una acumulación persistente de residuos o escorias (que el organismo debería eliminar y no puede), son funestas. Según la naturaleza de cada persona, comenzarán a presentarse a corto plazo los primeros síntomas del padecimiento de una u otra enfermedad (signos de alarma), que variarán según cuales sean los tejidos u órganos afectados.

Una alimentación pobre en bases entorpece el normal proceso de combustión en los tejidos celulares, dando lugar a la formación de estos residuos de naturaleza ácida, muchos de los cuales no pueden ser eliminados por la orina. Aportando una alimentación rica en bases y/o disminuyendo el contenido proteico, posibilitamos una eliminación masiva de estos desechos, depurando así el organismo.

Todo esto nos permite comprender que aún una dieta que excluya la carne (vegetariana) puede no ser ideal y puede resultar acidificante si se consumen en exceso: huevos, quesos, legumbres, oleaginosas, cereales refinados, café, té, chocolate y azúcar blanca. En una clásica expresión que oímos a mucha gente, se puede advertir este involuntario pero grave error de concepto: «Pero si yo no como más carne; como acelga hervida, un poco de queso, fideos, tomo té negro con galletitas y mermelada…» ¡¡¡O sea, todos alimentos acidificantes!!!
Fuente:ConvivirPress.com

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