Respirar bien para estar sanos

Como cualquier acto reflejo, respirar es algo en lo que normalmente no reparamos. Los músculos del pecho, que comprimen y liberan los pulmones, realizan su función sin que para ello intervenga nuestra voluntad. Y, sin embargo, ¿nos hemos preguntado alguna vez si respiramos adecuadamente? La hipertensión o tensión alta, así como la hipotensión – tensión baja -, la excitación, las preocupaciones y la contaminación pueden influir para que la respiración sea deficiente, lo cual repercutirá sobre nuestra salud y nuestro estado de ánimo.
El sistema nervioso influye decisivamente en la respiración. Así, por ejemplo, ante un hecho inesperado dejamos momentáneamente de respirar y, aunque nos recuperemos de manera rápida, tardamos algún tiempo antes de alcanzar nuevamente el ritmo.
Sin embargo, no existe una manera ideal de respirar. Todo está en función de la actividad que, en ese momento, estemos llevando a cabo. Así, al correr necesitamos acelerar el ritmo de la respiración, ya que nuestro organismo requiere un mayor aporte de oxigeno para lograr quemar las reservas que nos permitan realizar ese ejercicio. Y, sin embargo, ese ritmo es totalmente distinto cuando dormimos. Aunque respirar sigue siendo un acto involuntario que se adapta continuamente a nuestra actividad, si podemos mejorarla por medio de unos ejercicios que nos permitan hacerla más efectiva.
Ejercicios prácticos
Resulta importante elegir el momento adecuado, que nunca formará parte de las dos horas posteriores a una comida ni tampoco de los momentos previos al acostarse, ya que después de las tensiones y fatigas de una jornada es más difícil relajarse.
Hay que elegir un lugar ventilado, tranquilo, si es posible frente a una ventana abierta, aunque hay que tener cuidado con las corrientes de aire.
Quizá el ejercicio mas interesante sea el de tener conciencia de nuestra propia respiración. Para empezar hay que llenar al máximo nuestros pulmones de aire, ya que habitualmente sólo usamos el 50 por 100 de su capacidad. Se debe utilizar para ello el estómago, haciendo una respiración profunda, prolongada y lenta que permita al aire llegar hasta el fondo, hasta el vientre.
El paso siguiente consiste en expulsar el aire, procurando vaciar por completo los pulmones y empezando por ejercitar los músculos del abdomen para continuar por los del estómago. Hay que realizar los ejercicios pausadamente, intentando alejar los problemas personales e inhibiéndonos del entorno.
Con el tiempo, no resultará extraño que, al haber aumentado nuestra capacidad respiratoria, aparezcan los síntomas de una hiperventilación, es decir, una mayor cantidad de aire igual a mayor cantidad de oxígeno en la sangre. Sin embargo, esta sensación desaparecerá con el tiempo y aumentará la resistencia a esa dosis supletoria de oxígeno.
Conseguir el ritmo adecuado
La hiperventilación se reconoce por un ligero mareo. Puede presentarse de repente o desarrollarse lentamente. Para salir de esta situación hay que utilizar simplemente ese oxígeno sobrante realizando algunos movimientos vigorosos: saltar durante unos momentos, mover rápidamente los brazos, etc.
Otra señal de hiperventilación es el cansancio. Al igual que los mareos, desaparecerá realizando algún ejercicio. El dolor de espalda, consecuencia del aumento de la capacidad torácica, puede aparecer al cabo de cierto tiempo. Se produce por la falta de elasticidad de los músculos que dificultan el ensanchamiento de los pulmones. Lo que se siente es un pequeño tirón, que con el tiempo llega a desaparecer.
Hasta llegar a conseguir un ritmo adecuado de nuestra respiración, que debe adaptarse a las inspiraciones más profundas, se sienten verdaderos deseos de bostezar. Esos bostezos son provocados por una violenta contracción del diafragma que permite una entrada masiva de aire. Tanto la inhalación como la exhalación se ven así aumentadas. Bostezamos, pues, para restablecer el equilibrio entre el oxigeno y el dióxido de carbono. El suspiro es otra de las maneras de socorro del cuerpo y, en realidad, se trata tan sólo de una inhalación audible que se relaciona, en muchos casos, con una respiración deficiente.
No hay que preocuparse por estos intentos de nuestro organismo para adaptarse al nuevo cambio que le estamos imponiendo con los ejercicios respiratorios. Con el tiempo, y si no abandonamos las prácticas, conseguiremos excelentes resultados.
Una adecuada oxigenación de la sangre, función primordial de la respiración, repercutirá en una mejora de la circulación sanguínea, debido a un aporte más rico de oxígeno a las células del organismo. Esto se traduce en la mejora del tono vital y la desaparición del cansancio físico.
Resulta especialmente importante para las células del cerebro contar con una cantidad suficiente de oxígeno. Estas, a diferencia de otras que pueden tomar su aporte de energía de otras fuentes, necesitan contar con una buena respiración para metabolizar los hidratos de carbono. Sin la presencia de oxígeno pueden producirse daños irreversibles en el cerebro.
El cansancio, una consecuencia
Una persona con una respiración deficiente se encontrará más cansada y con un funcionamiento general de su organismo muy por debajo del rendimiento normal.
Pero todo lo dicho anteriormente no tendrá valor si las vías respiratorias no se encuentran en perfecto estado. Atención a posibles hipertrofias de los cornetes, amígdalas excesivamente inflamadas, presencia de pólipos en la faringe que, aunque no producen molestias que los delaten, pueden incidir en la respiración.
En cuanto a la caja torácica, los defectos físicos afectan tanto los músculos con la presencia de parálisis o debilidad muscular que dificultan la respiración, como a los huesos. Las costillas afectadas de raquitismo reducen sensiblemente la capacidad de respirar.
Una alimentación adecuada, con pocos excitantes y mucha verdura y fruta, que favorecen un mejor estado físico, así como la práctica de algún deporte al aire libre, predisponen a nuestro organismo a un excelente estado general. No olvidemos, sobre todo, los ejercicios prácticos.
Fuente:buenvivir.org

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