Hace mucho tiempo, en un pequeño pueblo de Japón, vivían una pareja de ancianos. Eran muy pobres, no habían llegado a tener hijos y vivían con la única compañía de su perro, Shiro, al que habían rescatado tiempo atrás de los maltratos de su vecino.
Cierto día, Shiro se puso a ladrar y a remover la tierra:
“¡Guau, guau! ¡Cava aquí!”, parecía decir.
“¿Quieres que cave aquí?”, dijo el anciano. “Está bien, voy a cavar”
Y al cavar donde le indicaba el perro, el anciano se sorprendió mucho al ver que en el suelo había enterrada una gran cantidad de monedas de oro.
Pero su malvado y avaricioso vecino también vio esto, e inmediatamente dijo:
“¡Yo también quiero que el perro me diga dónde tengo que cavar para encontrarme un montón de monedas de oro! ¡Dámelo ahora mismo!”
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