El hijo de mi abuela

No puedes ser japonés y olvidar el hecho de que un día, en cinco minutos a partir de ahora o en el futuro, un terremoto puede destruir y devastar la vida como tú sabes.Cuando en ese viernes por la tarde de marzo , los primeros temblores se volvieron rápidamente en temblores violentos, los que estabamos en Tokio conocíamos a los cinco minutos donde empezó el terremoto y su magnitud exacta.Unos minutos más tarde teníamos noticias del tsunami. En ese momento muchas empresas instruyeron a sus empleados de ir a casa, y salir a la carretera de inmediato.A las 5 PM, las calles estaban llenas de gente saliendo de la metrópoli a los suburbios; algunos tenían que cubrir 30 または 40 kilómetros. Otros optaron por pasar la noche en la oficina y esperar a que los trenes volvieran a salir por la mañana. A medida que caminaban, cada uno estaba pegado a su teléfono, desesperadamente tratando de localizar a sus familias, amigos, parientes. El terremoto había azotado la región del noreste de Japón y se estima que uno de cada cinco de las personas que viven o trabajan en Tokio tienen parientes de esa zona.

Mi padre es uno de ellos. Es de una antigua y numerosa familia de Sendai, la una vez hermosa ciudad capital de la prefectura de Miyagi. El mayor de seis hermanos, mi padre era el hijo favorito. Mi abuela lo trataba con un respeto deferente que nunca mostró a sus hijas o hijos menores . Cuando optó por venir a Tokio después de la universidad puso el dinero para su comienzo y le pidió a su hermano y su esposa (que ya estaban en Tokio) de cuidar de él, y lloró lágrimas enormes y saladas, cuando salió de su casa.

Se convirtió en un empleado de una de las cuatro principales compañías de valores de Japón, y antes de cumplir 30 歳, fue trasladado a Manhattan y le fue dada una oficina privada en el World Trade Center.
Al escuchar la noticia, mi abuela hizo tortas de arroz de color rosa y blanco para la celebración y las distribuyó en todo el vecindario. Su marido tuvo la oportunidad de ir a tomar una copa o dos o 50 – en realidad, no necesitaba una excusa para tomar una botella de sake.

Tohoku es conocido por el buen arroz y el vino hecho del arroz, y mi abuelo fue un dedicado alcohólico como la mayoría de los hombres de la zona. Eso no molestaba mucho a la familia de mi padre .En Tohoku se esperaba de los hombres (y en menor grado, las mujeres) que tomaran sake hasta su lecho de muerte. Algunos lo aguantan, y otros no pueden. Mi abuelo tuvo una mala vida y murió antes de cumplir 60 歳. A sus hijos les va mucho mejor y yo nunca he visto a mi padre de abstenerse de beber. De hecho, él bebió todas las noches de su vida. Pero tampoco nunca perdió el control.

La suya es una familia de sacerdotes budistas y maestros: el tio de mi padre era el sacerdote residente de un gran templo en Ishinomaki Ciudad de la costa, donde el tsunami arrasó el 70% de todo. Al parecer, los restos del templo siguen en pie, aunque el edificio está destruido sin posibilidad de reparación. Las hermanas de mi padre, quienes enseñan en la escuela secundaria, vivieron en la ciudad de Natori, donde las noticias revelaron millas de residuos de casas derrumbadas. Milagrosamente, ellos sobrevivieron. Algunos de sus hijos no. Varios de los primos de mi padre todavía están desaparecidos. “En tales circunstancias, es poco realista esperar que todo el mundo esté vivo “, es cómo mi padre lo pone. Esa es la forma en que habla: formal, de madera, sin emociones. Es la forma en la que muchas personas de Tohoku hablan, el dialecto es tan particular y los acentos a menudo incomprensibles para los Tokyotas. Están acostumbrados a hablar de una manera indirecta cuidada, que no invita exactamente a la conversación ligera.

Mi padre habla inglés y alemán con fluidez, y ha dado la vuelta al mundo en nombre de la empresa – pero nunca ha sabido hacer chistes o ha sabido ser personal en ningún idioma.Cuando yo era niña, él estaba envuelto en sus negocios. Cuando yo era una adolescente, fue un sólido y severo tótem de desaprobación. Y ahora en la edad adulta, me doy cuenta que mi padre es completamente desconocido y totalmente no-conocible. No puedo consolarlo. Sólo puedo adivinar lo que está pasando. Sé que él nunca hará más fácil para mí de conocerlo.

Creo que la verdad aproximada es la siguiente: después de cuatro décadas de pasar tiempo en Tokio, Nueva York y Toronto, además de una media docena de ciudades de Europa, mi padre nunca ha dejado Sendai. Es el lugar donde se siente más en casa, donde puede bajar la guardia y dejar fluir su dialecto local en vez de interpretar con prudencia el habla de Tokio. Se puede pasear por las calles y toparse con parientes aquí, un antiguo compañero de colegio allí. Puede echarse en un futón que fue cosido a mano por su madre y meter sus brazos en un edredón con mangas anchas – un artículo especial de Tohoku para mantener fuera el frío. Pero sólo durante los últimos tres años (después de la jubilación que por último lo liberó de las obligaciones con su empresa) se ha permitido que a sí mismo el lujo de volver a su ciudad natal durante más de un fin de semana una vez cada dos años.

Hace tres años, este hombre, cuya vida entera ha estado formada por la obligación y el deber (al que nunca le he oido iniciar una frase con las palabras “yo quiero “) recibió el excusa perfecta para estar donde su corazón necesitaba ir: su madre estaba enferma y necesitaba que alguien permaneciera con ella en la casa. Empacó unas cuantas pertenencias, se montó en el tren bala y se fue corriendo. A veces enviaba pequeños pasteles regionales y productos pesqueros y yo sabía que estaba todavía en Sendai, o había regresado a Tokio sólo para ir allí de nuevo. Pensé en mi abuela. Después de todos estos años, su hijo, su tesoro había vuelto a ella.

Bastante cambiado de un apuesto muchacho de un equipo de navegación, uno de los mejores de su clase y un dando brillo a su familia, a un hombre fatigado de mediana edad, ex-asalariado que todavía llevaba los trajes que había llevado en la oficina. Lo más probable, que mi abuela nunca notó la diferencia.
Mi padre cuidó a su madre y su casa durante un año hasta que ella falleciera estando dormida. Esa casa, abandonada después de su muerte y a punto de ser vendido, se derrumbó y se quemó en el fuego que
estalló en el barrio después del terremoto. No queda nada que da fe de la juventud de mi padre, los recuerdos con sus hermanas y hermanos, los documentos de un árbol de familia extensa que mi abuelo había logrado hacia tantos años.

Y cuando vayamos a Sendai para visitar su tumba y las tumbas de mis familiares el próximo mes, Yo sé que él y yo iremos por separado, después de coordinar nuestros movimientos por teléfono en un tono formal, de madera.
Kaori Shoji
翻訳カリーナ

Kaori Shoji es una periodista independiente nacida en Tokio, se crió en Nueva York y ahora con sede en Tokio. Ella escribe para publicaciones en los EE.UU. y Europa, como The International Herald Tribune, la revista Zoo CNNGo y es una colaboradora habitual de la página de cine del Japan Times de la columna bilingüe. Su libro Viendo Tokio fue publicado por Kodansha Internacional en 2005.

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