Inclinarse ante la realidad

Aprender las técnicas de memoria mecánicamente puede llevar a reacciones inconvenientes (por eso se nos advierte contra encasillarnos en la forma) pero no me imagino a nadie yendo tan lejos como para automáticamente hacer una reverencia ante un atacante resuelto a hacerle daño. Hay un chiste sobre el villano, al que el agente de policía tiene sujeto con una llave de muñeca, que hace la señal ortodoxa de sumisión dando una palmada con su mano libre, e inmediatamente sale corriendo cuando el agente por reflejo le suelta. Parece posible, aunque raro, que tales hábitos de entrenamiento puedan manifestarse en mal momento.
Aunque tengo que admitir que en una ocasión yo mismo me beneficié de un reflejo parecido durante un campamento de aikido en el que me la quisieron jugar. El último día salían voluntarios al tatami para enfrentarse a ataques múltiples con distinto número de ukes. Cuando llegó mi turno, alguien había hecho pasar la voz disimuladamente, y el grupo completo de cincuenta y tantos se puso en pie de un salto y se abalanzó hacia mi. Tras unos frenéticos segundos esquivando a los cabecillas, solté un fuerte kiai, del tipo “¡Aieeeeeeee!” y me dispuse a enfrentar mi destino, pensando que al menos caería luchando.
Para mi sorpresa, todo el mundo dejó de atacarme, se arrodillaron y saludaron educadamente. Al parecer, creyeron que había gritado “¡Yame!” (“¡Alto!”). Resultó ser el kiai más efectivo que hubiera podido desear, aunque me sentí un poco tonto cuando la demoledora fuerza enemiga se evaporó de golpe.
Somos animales de costumbres —producto sin duda de nuestro entorno, de las que no es fácil deshacerse.
Comprobé este hecho hace poco, desde un ángulo diferente, cuando le pregunté a un instructor japonés de alto rango cómo aplicaba sus cuarenta y pico años de aikido a su vida cotidiana.
Sus respuestas fueron fascinantes: “Cuando me emborracho, llego a casa y hago ejercicios de respiración Aiki para reducir los efectos de la resaca por la mañana”. Y también “He acumulado grandes deudas, pero mi entrenamiento me permite tomármelo con filosofía, mientras que una persona corriente (sin entrenamiento) se habría puesto enfermo por la preocupación”.
por David Lynch
(1999)
Traducido por Sergi Recio

Share