Sumergiéndonos en las flores y la impermanencia

Después de varios días demasiado calurosos para esta época del año y llenos de calima, habían pronosticado para ese domingo que iba a refrescar. Pero al salir de casa esa mañana, se notaba que ibamos a tener otro día de verano, aunque el cielo estaba un poquito más limpio.

Eramos cinco otra vez, el grupo perfecto, subimos hasta Cazadores, pero uno de los bares estaba cerrado y el otro abría a partir de las once, faltaba media hora, asi que decidimos caminar sin nuestro habitual desayuno, algunas ya habíamos desayunado y además llevábamos fruta y barritas en nuestras mochilas.

Al llegar a nuestro punto de partida de la caminata elegida para ese día, notamos bastante fresquito, una gran diferencia de temperatura, comparándola con la que hacia en el sur, por lo que de momento nos pusimos nuestros polares.

El cielo tenía un azul intenso, en el horizonte se divisaban algunas tenues nubes blancas que no tenían la suficiente fuerza como para interponerse entre nosotros y el brillante sol, cuyo calor era muy agradable mientras caminabamos entre los árboles a cuya sombra aun se notaba el frio de la noche anterior. Nuestros poros respiraban con avidez la fresca brisa que nos acompañaba, frescor que nos sentó muy bien después de estos últimos días y noches calurosas del sur.

Enfrente de la Caldera de los Marteles la naturaleza nos había puesto un precioso jardin: un cerezo con su tronco y ramas negras lleno de pequeñas florecitas blancas y debajo enormes arbustos repletos de margaritas blancas, entre los que aparecían los alhelies lila y entre medio los botones de oro que relucían con un fuerte y brillante amarillo, la bienvenida y un pequeño ejemplo de lo que nos ibamos a encontrar en nuestra ruta.

Hacía un poco más de dos semanas que habíamos estado en el mismo lugar, fue un día muy frio con la nubes bajas y alguna llovizna, el ambiente había sido extraño, la caminata entre la niebla, sintiendo la humedad en la cara y manos, a las que calentábamos cada tanto en nuestros bolsillos. Ese día habíamos visto algunas flores, algún tajinaste adelantado, lo justo para mostrar a los turistas que nos acompañaban, que el tajinaste azul realmente existe. En ningun momento se podrían imaginar como iba a cambiar ese lugar en dos semanas y a pleno sol.

Al seguir caminando y salir de debajo de los árboles acercándonos ya a los primeros arbusto de tajinaste, entramos en calor y nos quitamos los polares, seguimos en manga corta, aunque por suerte la brisa seguía refrescándonos del fuerte sol.

Cómo había cambiado todo !, los charcos de hacia dos semanas se había transformado en tierra reseca, a ambos lados del camino nos acompañaban las margaritas ya totalmente florecidas, pero un poquita secas, se notaba la falta de agua por todos lados. Los arbustos de tajinaste en los que hace dos semanas apenas se divisaba el azul, rosa o blanco entre el verde, ya estaban totalmente florecidos y lucían orgullosos sus flores en forma de vela de sus respectivos colores, cada uno parecía que quería destacar entre sus compañeros. Realmente nos estábamos sumergiendo en un mar de flores de unos colores increibles con mariposas revoloteando y abejas recogiendo su néctar. Los botones de oro que hacía dos semanas sólo tenían unos capullitos verdes ya brillaban en un amarillo que parecía plastificado.

El camino entero era mágico, un jardin de la naturaleza, mucho más hermoso que cualquiera que pueda crear un ser humano, ninguna foto es capaz de captar y guardar esos momentos vividos únicos e irrepetibles. Porque la naturaleza es así de impermanente.

Nada es permanente, todo cambia cada día. Del húmedo bosque de desnudas ramas llenas de barbas con su alfombra de pinocha marrón y las verdes plantas mojadas por la humedad, a los intensos y brillantes colores de las flores, señal de que la primavera está cerca que luego da paso a los colores amarillentos del seco verano para volver al marrón de la caida de hojas del otoño. Puedes pasar mil veces por el mismo sendero y siempre será diferente.

13.3.2017

Carina

 

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